El diseño y la fabricación de los productos han cambiado en todos los sectores, entre ellos el edificador. Hacerlo bien impacta positivamente a las personas en sus viviendas, lugares públicos y de trabajo.
Desde la crisis del petróleo en los años 70, el concepto de sostenibilidad ha estado en boca de todos, pero solo en los últimos cinco años hemos visto un crecimiento exponencial en la adopción de prácticas sostenibles en Europa.
Hay muchas razones detrás de esto, entre ellas, una mayor concientización global y un cambio cultural impulsado por las generaciones más jóvenes de profesionales. Sin embargo, el verdadero cambio se debe a que los fondos de inversión comenzaron a buscar opciones más seguras y a largo plazo, y están dispuestos a invertir o prestar a menores costos porque los proyectos sostenibles reducen la tasa de riesgo y son una inversión valiosa y rentable a futuro.
Estamos presenciando un cambio en todos los sectores, en la moda, en el transporte y en la industria alimentaria, entre otras, pero llegamos al punto de que la sostenibilidad se convirtió en una tendencia que infla los precios de los productos y genera acciones de mercadeo con greenwashing (aparentar prácticas amigables con el medioambiente sin serlo), para promocionar productos sostenibles sin una coherencia real del beneficio ambiental o social.
Este cambio está obligando a que se produzca una transición profunda en cómo se diseñan y fabrican los productos en todos los sectores, y el primero de ellos es el edificador. Pero ¿está realmente preparado para asumir el desafío de la sostenibilidad?
La respuesta es compleja y tiene retos desde el punto de vista técnico y de gestión; sin embargo, hay algo cierto: si los edificios y las ciudades son más sostenibles, también lo serán la economía y el bienestar de las personas en sus viviendas y en los lugares públicos y de trabajo.
Cambiar la metodología, el primer paso
En este escenario, no podemos esperar resultados diferentes si repetimos las acciones que nos han llevado al fracaso. Por eso, el verdadero cambio implica generar entornos colaborativos desde las fases de diseño hasta la ejecución del proyecto, ya que existe una desconexión entre estas dos fases en la construcción, donde quien diseña un edificio y quien lo construye son a menudo entidades desvinculadas.
Esto va en contra de uno de los principios fundamentales de un proyecto sostenible: la alineación de intereses para generar un beneficio compartido entre todos los actores, desde la propiedad, la arquitectura, los ingenieros y los constructores. Por eso, es esencial que quienes diseñan y construyen colaboren desde el inicio.
Es crucial la figura de un coordinador especialista en sostenibilidad que lidere el proyecto hacia objetivos ambientales, sociales y económicos óptimos. Sin embargo, a menudo se comete el error de desviar este rol hacia el auditor. El objetivo no debe ser simplemente auditar y certificar, sino coordinar y cocrear desde el principio, asegurando que la sostenibilidad sea un motor y no solo un requisito. Es imperativo crear una simbiosis entre la cadena de valor de los procesos del proyecto y la construcción para alinear los retos de sostenibilidad con los presupuestos y asegurar una coherencia entre el diseño arquitectónico y los aspectos funcionales de los edificios.
Diseño bioclimático, materiales y otras novedades
Una menor dependencia de los sistemas mecánicos y del uso elevado de energía puede reducir significativamente los consumos entre 30 % y 50 % en la fase de uso. Al mismo tiempo, genera más confort para los usuarios con beneficios, que, a pesar de ser más difícil de cuantificar numéricamente, son determinantes en el aumento del valor de un activo inmobiliario. En esta categoría de impactos encontramos aspectos importantes como un elevado nivel de salud y confort de los espacios, calidad lumínica, acústica y térmica o, en el caso de los edificios de usos diferentes a vivienda, más productividad y rendimiento de los trabajadores.
Hasta hace poco el debate sobre los edificios sostenibles no iba más allá del consumo energético; sin embargo, con el auge de los edificios de consumo casi nulo o mínimo, y la implementación de la energía renovable, vemos que el impacto de un edificio va más allá de la fase de uso. De hecho, al reducirse este impacto en la etapa de consumo, el foco se centra en el ciclo de vida de los materiales (extracción de materias primas, fabricación de productos, transporte y construcción, reparación, sustitución y demolición).
Ante la crisis de los materiales y el aumento de los costos, además de las emisiones de CO2 en todas las fases, esta visión es imprescindible para desarrollar un edificio que realmente tenga un impacto positivo. Esto también pone sobre la mesa la posibilidad de diseñar edificios que se puedan desmontar y aumentar la revalorización de sus componentes.
Esto forma parte de la identificación del edificio como un banco de materiales y de minería urbana. Aunque este concepto aún no tiene mucha relevancia, la disminución en la disponibilidad de materiales y el aumento de los precios lo convertirán en un aspecto de alta valorización.
El edificio, un banco de materiales
Los materiales de un edificio se consideran recursos que se almacenan y pueden recuperarse directamente con una demolición selectiva. En este caso, diseñar un edificio desde el principio para que sea desmontable es estratégico.
Aquí el criterio tiene que ser específico para cada caso: sistema, componente y material. La vida útil de los componentes de los edificios no es uniforme y no necesariamente debemos esperar a la demolición completa en 50 años para que el concepto del edificio como banco de materiales se cumpla.
Si bien la estructura tiene una vida útil muy larga y se sugiere un diseño para la máxima durabilidad y adaptabilidad espacial, otros como las fachadas y las carpinterías, o elementos interiores, tienen vidas útiles entre 10 y 20 años, y entre 5 y 10 años, respectivamente. Por eso, diseñar un edificio para que sus componentes se desmonten y revaloricen generaría un valor a futuro y al mismo tiempo eliminaría el concepto de residuo de demolición (el sector de la construcción es responsable del 60 % de la producción global de residuos en Europa).
En este punto adquiere relevancia el almacenamiento oportuno de la información, que se conoce como “los pasaportes circulares del edificio”. Se trata de una herramienta que lista y clasifica los materiales por su grado de circularidad y reciclabilidad, para que se puedan identificar y revalorizar al final de su vida útil.
Al final, la meta es que la sostenibilidad no sea una cualidad para pocos proyectos, sino que se transforme en un modelo que se pueda aplicar en todos los edificios y, ante esto, necesitamos extender esta transformación a todo el sector constructor.
Cuantificar y medir los beneficios
Al igual que cada proceso y metodología, el diseño de edificios sostenibles también requiere de herramientas y capacidades nuevas y específicas para medir y proyectar resultados garantizados en cada etapa del ciclo de vida del proyecto: obra, uso y deconstrucción final.
Con este objetivo, el diseño sostenible implementa desde el inicio herramientas como análisis bioclimáticos, simulaciones energéticas y estudios del ciclo de vida, que acompañan el desarrollo del proyecto. Esto permite cuantificar y medir los beneficios en cada fase, tomando decisiones informadas que equilibren costo, beneficio e impacto. Los edificios se deben pensar, en primer lugar, como un sistema que garantice el confort de sus ocupantes, donde los componentes de la estructura regulen y maximicen el confort térmico lumínico, la calidad del aire y el confort acústico de forma natural. Es, quizás, la parte más crítica porque implica que el diseño, los materiales y los espacios de un edificio se proyecten teniendo en cuenta estas características desde el principio.
- Por: Mauro Manca – Fundador de Energreen Design y panelista 2da edición Congreso Camacol Verde.